El Dr. Ángel Rico es médico pediatra, recibido en la universidad de Tucumán. Yo lo conocí en el año 1994, en ese entonces le hicimos una nota para Campo para Todos TV. Siempre en busca de una buena noticia, al enterarnos de que un médico hacia alcaparras inmediatamente lo contactamos y fuimos a su campo. Ahí vimos, por primera vez, una planta de alcaparras.
De ese encuentro lo que me impresionó fue su pasión por esa planta y su visión social del cultivo. Noté que repetía “cuenca de alcaparras” y a continuación describía las bondades del cultivo “es una planta muy noble, crece en suelos salinos y degradados, tiene poco requerimiento de agua, casi no la atacan los insectos, no la comen los animales, tampoco sufre robos, la puedes cosechar durante 5 meses, necesitas poca superficie para tenerla…” y seguía la descripción, cada vez con más entusiasmo. No sé qué repercusiones habrá tenido esa nota cuando salió al aire, pero quedé impactado por su actitud emprendedora.
Pasó el tiempo y en el año 2001, pero esta vez en la revista, publicamos una nota técnica muy completa que nos acercó. Después, lo vi cuando fuimos acompañando una delegación de extranjeros, que trajo el CFI, cuando organizábamos la ronda de negocios Santiago Productivo en el año 2007.
Hoy lo visité después de mucho tiempo, y la verdad es que lo encontré con más entusiasmo que cuando lo conocí. “Está todo muy cambiado desde la última vez que has estado”, me dijo. “Un tornado nos destruyó todo en noviembre de 2019, invernáculos y laboratorio, tuvimos que construir todo de cero”, me contaba mientras me hacía ingresar a las nuevas instalaciones y me daba el delantal y calzado esterilizado para no contaminar adentro. “Es fundamental evitar el ingreso de cualquier impureza en el laboratorio”.
Al ingresar noté que el ambiente era muy limpio, sectorizado con líneas pintadas en el piso y distintas estaciones de trabajo con personas. Me presentó y fuimos directo a unas estanterías muy iluminadas y cajas transparentes apiladas, “estas son las plantas clonadas”. A mí se me ocurrían muchísimas preguntas, pero él no me daba tiempo. Entonces, preferí atender y dedicarme a sacar fotos solamente. Luego, en su oficina pude preguntarle y repreguntar. Hablamos de todo, traté que me cuente cosas que no había leído. Debo decir que, si escribes Rico Alcaparras en Google, aparecen varias páginas de muchas notas que le hicieron.
El comienzo
“Comencé con este emprendimiento en el año 1992, cuando heredamos un pequeño campo familiar que se utilizaba para producir algodón y, como era un monocultivo, se degradó y salinizó mucho el suelo. En vista de esa situación, con mi señora empezamos a investigar alternativas y confeccionamos un listado de cosas que queríamos hacer para poder producir”, dijo con reminiscencia, con un relato muy resumido. Claro, pensé, está acostumbrado a contarlo y que los periodistas lo resuman. Por mi parte, me quería enterar de otros detalles, así que hablamos un rato más sobre eso y me dijo “cuando consultábamos a las instituciones del sector mostrando el listado, nos decían ¡vendan ese campo!”, rememoró sonriéndose. “Hasta que un día leí la palabra alcaparras en una nota publicada en una revista, que no era del sector agropecuario”, continúo. “Así que comencé a investigar las alcaparras y me pareció que era la planta que cumplía con el listado”. Recordó lo difícil que era antes buscar información y más aún personas con esos conocimientos específicos. “Logré contactarme con el autor de esa nota, el Ing. Juan Pablo Arakelian”, pronunció su nombre apesadumbrado y después mencionó que había fallecido, “un especialista en cultivos no tradicionales, quien fue prácticamente nuestro mentor”. Prosiguió relatándome que tuvieron que hacer muchos trámites y, gracias a la Universidad de Palermo, pudo conseguir semillas de las variedades Tondino y Espinosa, 200 gramos de cada una, “¡recuerdo que fueron carísimas!”, exclamó. Por último, me dijo que con la guía de la gente de la Universidad de Palermo lograron hacer germinar solo unas 150 plantas de cada variedad.
La cuenca alcaparrera santiagueña.
“Siempre fue nuestro sueño crear una cuenca alcaparrera, lamentablemente no lo pudimos lograr aquí en Santiago del Estero, pero si en otra provincia, como La Rioja, donde el gobierno le compró y dio las plantas a muchos mini productores, que actualmente las venden ahí, y a restaurantes de Córdoba. La verdad que tienen muy buena salida las alcaparras riojanas, que son, obviamente, plantas santiagueñas”. ¿Qué crees que faltó lograr aquí conformar la cuenca?, le consulté. “Creo que es el desconocimiento”, respondió, “la gente no sabe que son las alcaparras y, por supuesto, no tiene por qué saberlo, las alcaparras no son comunes, no están incorporadas a la cultura gastronómica nuestra como lo está en el resto del mundo”. Ángel Rico continúa tratando de explicarme los motivos, me cuenta diálogos que mantuvo con productores. Noto en su expresión un poco de frustración, sin embargo, su entusiasmo lo supera, y me hace una cuenta simple, “con media hectárea puedes tener mínimo 600 plantas a 10 kg por planta, estaría sacando 6000 kg, a 3 dólares el Kg, son 18.000 dólares, que es muy buen dinero y una familia podría vivir cómodamente con ese ingreso, porque no tiene que gastar en mano de obra y lo puede cosechar diariamente”. El dialogo sigue, me explica que en Europa las alcaparras tienen una mano de obra muy cara, por eso no pueden competir con nosotros. Los productores europeos se volcaron a producir aceitunas en forma mecánica y se transformaron en los primeros productores mundiales de olivos; no obstante, como en su cultura gastronómica siguen utilizando alcaparras, generan una gran demanda de ese producto. “Tenemos que producir lo que el mercado demanda, aunque nosotros no tengamos costumbre de comerlo” finaliza.
De la máquina cosechadora de alcaparras al robot “Robotina”
Haciendo memoria recordé que hace mucho tiempo los Rico fueron premiados por fabricar una máquina cosechadora de alcaparras, obviamente se lo pregunté y comenzó diciendo: “El cuello de botella del cultivo de alcaparras es la cosecha, porque se cosechan una por una. Por eso con mi hijo Pablo pensamos en hacer una máquina cosechadora, pero los resultados no fueron los esperados”, lo narra como algo pasajero. Quiero destacar la firme y entusiasta actitud emprendedora y su forma permanente de buscar soluciones. ¿No funcionó?, repregunté? “No, pero lejos de abandonarlo, el proyecto avanzó y se está terminando el primer robot cosechador de alcaparras, que tiene visión artificial, dos brazos delta y paneles solares que le permite una gran autonomía. Próximamente lo pondremos a trabajar”. Y yo tendré que regresar a verlo, pensé.
La clonación
Como ya había entrevistado a Pablo que me contó el proceso, le pregunté cómo fue que se le ocurrió hacer clonaciones. Me dijo “Esa fue una idea de hace mucho tiempo, primero empecé a experimentar en forma precaria, en una pecera desocupada que tenía en casa y no me iba nada bien. Entonces, recurrí a la Facultad de Ciencias Forestales de la UNSE, ellos vinieron a trabajar y, al no tener las condiciones adecuadas, tampoco se pudo lograr”. Mientras seguía con un relato resumido, yo lo interrumpía para que me dé más detalles. Así fue que comentó “para lograr éxito en la clonación tienes que comprar una cámara de flujo laminar, que hace circular el aire estéril. Como era muy costosa, nosotros hicimos una con filtros de auto, ¡funcionaba muy bien! dijo contento, con eso logramos hacer nuestras clonaciones”. Parece que Ángel al vencer problemas, se fortalece. Se fue superando, hizo cursos sobre micro propagación de plantas con escuela cubana y, de acuerdo con eso, tenía armado el laboratorio. Con el tiempo logró incorporar al ingeniero biotecnólogo Mauro Surenciski, quien los decidió a reestructurar todo el sistema al estilo alemán. “Compramos una cámara original y cambiamos todo”, dijo con orgullo. “Ahora tenemos un laboratorio con tecnología de punta que nos permite hacer micropopagación y organogénesis a gran escala, de tipo exponencial, partiendo de micro estacas u hojas con muy pocas infecciones y con resultados excelentes” expresó.
Su poder de síntesis lo domina. Cuando requerí sobre cosmetología, manifiesta “sí, se nos ocurrió hacer productos cosméticos”. Como si eso fuera fácil, pensé. Lo interrumpí nuevamente solicitando más pormenores. Se sonrió. “Cuando estudiaba en Tucumán, fui ayudante de Química Biológica durante dos años, me preguntaba qué haría con todo lo aprendido, sin saber que la vida me estaba preparando para esto” recordó reflexivamente. “Nosotros conocemos mucho las alcaparras para gastronomía”, afirma, “pero en la antigüedad la planta era muy usada con fines medicinales, tiene muchos antioxidantes, uno de ellos es la quercitina, que aumenta defensas al cuerpo humano. Al conocer que las utilizaban para hacer cremas, me pareció fascinante.
Llevé mi nueva inquietud a la Universidad e hicimos las primeras cremas defoliantes a base de alcaparras” continúa. “Actualmente ya no las hacemos, las cambiamos por las de base células madre vegetales”. Y aclaró “Con esto nos diferenciamos del resto del mundo porque no tienen posibilidad de hacerlas con células madre como nosotros, que tenemos las plantas”. Entonces, mi interrogación obligada fue qué son las células madre, porque hasta donde yo sabía eran solo de humanos. Él me contestó: “Todos los organismos vivos pluricelulares tienen células madre. Lo especial de nuestro proyecto es que hacemos cremas a base de células madre vegetales para mejorar las humanas” y continuó explicando que las células madre se obtienen a partir de los meristemas (responsables del crecimiento vegetal) de las plantas y se las multiplica con un “biorreactor de olas”. Para, para, pará, le dije, ¿qué aparato es ese? “Un biorreactor es un recipiente (dorna) o sistema con condiciones controladas (de temperatura, oxigenación, presión, pH, concentración de gases y agitación) y propicias para el crecimiento del microorganismo que se cultiva” me contestó, en otras palabras, porque esa definición la copié de Google para que se entienda mejor. Sin embargo, el comentario que me hizo al final me sorprendió. “El que tenemos aquí es un desarrollo completamente nacional del profesor de Química Fernando Yaninello, en el que nosotros participamos como coautores, con este aparato triplicamos la cantidad de células madres en tres días, luego son filtradas y desactivadas, así están en condiciones de incorporarlas a las cremas.
¿Ángel, cuál es el techo de todo esto?, le demandé para finalizar la nota. Se reclinó sobre el respaldo de la silla y exclamó: “Estoy muy feliz con lo que hice, no sé cuál es el techo de esto, pero mi mayor felicidad es trabajar con mi hijo, ahora ya hice el traspaso generacional, ahora él está a cargo de la empresa y yo continuaré acompañándolo en lo que necesite”.
Autor: Carlos F. Hamann – Publicado en Revista Campo para Todos N° 158